17 / martes - noviembre de 2009

Semana 47. 321/44
Isabel de Hungría.

En 1912, con las teorías evolucionistas en plena ebullición, científicos de todo el mundo se afanaban por encontrar los restos del eslabón perdido, ese espécimen mitad humano, mitad mono del que el naturalista Charles Darwin habló en El origen de las especies y que debería de ser el antepasado común más antiguo a hombres y simios.

Tan en serio se tomaron la búsqueda que, ávidos de fama, llegaron a fabricarse uno a medida. El 5 de diciembre de 1912, Nature publicaba su hallazgo. Dos semanas después, ante la expectante audiencia de la Sociedad Geológica de Londres, Arthur Smith, conservador del Museo Británico, y Charles Dawson, abogado y geólogo aficionado mostraban su descubrimiento.

El plan de Smith y Dawson se había fraguado cinco años antes. Con la ayuda de Arthur Keith, un médico anatomista escocés, lograron la materia prima necesaria para fabricar su humanoide: cráneos humanos, restos de mamíferos, una mandíbula de orangután y herramientas de silex, en total 37 piezas. Cada una fue limada para que encajase con el resto y teñida para envejecerla. Les bastó desperdigar su creación cerca de Piltdown, donde “casualmente” la hallaron. El Eoanthropus Dawsoni fue desde ese momento el puntal de la antropología.

Su fama duró hasta 1953, cuando unos investigadores de la Universidad de Oxford reexaminaron los restos y revelaron que tenían 500 años, en vez de los 500.000 que se les suponían y que, como se temían, habían sido fabricados a medida..

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